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CAP. 2

DE COMO RUSTO CONOCIO A ROBUSTO

La noche ya era cerrada. Un frío martes de pleno invierno. Las calles estaban desiertas. Sólo los más osados se atrevían a salir a la calle. Sin embargo, todos los bares de la ciudad estaban abiertos. Sabían que hoy era un día especial. Llevaban dos semanas preparándose para este día. Se habían ampliado las bodegas y riadas de camiones cargados de alcohol habían llegado una tras otra para abastecer a los locales de la ciudad.
Si, era un día especial… era… el cumpleaños de Rusto.
De pronto, en un antro de mala muerte de los barrios bajos de la ciudad, se abrió la puerta. Tras una espesa capa de humo apareció Rusto. Se dirigió derecho a la barra sin síntomas aparentes de ir ebrio, pese a haberse bebido ya 84 cacharros de Jonhy-Cola, 42 cervezas y un capuccino.
Se sentó en una silla y se dirigió al camarero:
- ¡Eh, plaso! Ponme un cacharro de lo de siempre.
Entregó un billete de 500 € y dijo:
- La vuelta me la traes en monedas que voy a echar a la tragaperras.
Las monedas caían al fondo de la máquina al mismo ritmo que las copas lo hacían al fondo del estómago de Rusto.
Al fondo de la barra dos personajes habían entablado una acalorada discusión.
- ¡Cañizares es un hijo de la gran puta! ¡es una barbie! ¡mecagüen la puta madre que parió al hijo de la gran puta del cabrón de Cañizares!. Sólo para, contra el Castilla. ¡Es un hijo de la gran puta!.
Y sin mediar palabra le atizó un puño al otro hombre. Ambos cayeron al suelo, donde el agredido se repuso del golpe y levantó su puño para golpear al encendido personaje que yacía tumbado.
-¡Micagüendios! Déjale en paz o te mato.- Rusto acudió al rescate.
El hombre, sorprendido se dio la vuelta y entonces comprendió. Aquella no era una chulería por parte de un niñato, era la mas grande muestra de generosidad que un ser humano haya tenido nunca hacia otro. Con aquellas palabras, Rusto le estaba dando a aquel hombre la oportunidad de salvar la vida, y todos en aquel bar lo sabían.
Lentamente el hombre bajó su brazo amenazante, se levantó y salió del bar. Justo cuando cruzaba la puerta Rusto le gritó:
-¡Y no te quiero ver más por aquí!.
- Gracias Rusto, amigo. Muchas gracias.
- ¡Micagüendios!, ¿cómo sabes mi nombre?.
- Coño Rusto, te conozco desde los 3 años. Soy Robusto. Somos vecinos puerta con puerta. Si fuimos juntos a clase toda la EGB, hasta nos sentábamos juntos. Todos los domingos voy a merendar a tu casa.- explicó Robusto.
- No se quien eres.-dijo Rusto.
- Joder Rusto, parece mentira que no sepas quien soy joder.-Robusto se empezaba a enfadar.
- Mira ¡Micagüendios!, que no se quien eres pero me da igual. Ala, ya somos amigos pero deja de tocarme los cojones que te meto una leche que te desgracio.-dijo Rusto aún mas enfadado.
- Bueno Rusto , bueno. No te enfades hombre. Te invito a un centellazo.-contestó Robusto para apaciguar los ánimos.
Aquella noche Rusto y Robusto bebieron hasta acabar con todas las existencias de alcohol de la ciudad, y se juraron amistad eterna.