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CAP. 1

EL NACIMIENTO DE RUSTO

Era un día frío y desapacible. En la lejanía, los rayos y truenos tan sólo podían presagiar algo malo. De repente, el grito sordo de una mujer hizo quebrar la fina capa de tensión que se respiraba en el ambiente. Había comenzado. Las viejas profecías, antaño ridiculizadas, cobraban realismo a la misma velocidad que una nueva vida surgía del vientre de su madre. Al otro lado del paritorio, tras un falso espejo, una siniestra figura observaba atentamente como la mujer chillaba de dolor al expulsar a su vástago hacia el mundo.
Y créanme, el dolor era ciertamente intenso. No era para menos, pues aquella buena mujer estaba dando a luz sin saberlo a probablemente el superhéroe más impactante que el mundo ha conocido.
Tras 58 horas de parto, la nueva vida fue alumbrada en su totalidad. Medía un metro setenta, ojos azules (ojazosque dirían otros), una piel morena destinada a confundir a su portador en la oscura noche, y sobre todo unas inmensas manos a juego con la tranca más grande que ninguna comadrona había visto jamás.
Temeroso, el médico agarró a la criatura para darle una ñalgada y así, regalarle definitivamente la vida. En ese momento nuestro protagonista, que se percató de las intenciones de aquel matasanos pederasta, le asestó un mortal zurriagazo que sesgó, para siempre la insulsa vida de aquel infeliz.
Todos quedaron atónitos. Todos menos el extraño personaje que observaba desde el espejo. Asintió. Giró la cabeza hacia otro hombre que se encontraba a su lado y dijo:
-Muchas gracias, Sr. Director. Ahora he de irme. Tengo 18 años de trabajo por delante.
Y tan rápido como vino… se fue.
Los padres del niño decidieron llamarle Rusto, en honor a un perro que había tenido su padre de niño, y con el que mantuvo sus primeras experiencias sexuales.
Rusto pronto empezó a dar problemas. Nada más llegar a casa empezó a llorar desconsoladamente. No dormía. No comía. No cagaba. Sus padres lo intentaron todo pero no conseguían hacerle callar.
Esa misma noche, su madre estaba en el salón con el niño berreando a todo trapo y desesperada trató de buscar consuelo.
- Mecagüen el puto niño de los cojones, no se calla ni pa Dios. Voy a tomarme un lingotazo a ver si me tranquilizo.
La madre cogió del mueble-bar una botella de Jonhy Walker y se tomó una copa. Después se dispuso a ofrecerle el biberón a su niño para ver si de una vez por todas dormía pero, vencida por el sueño y la desesperación, se equivocó y tomo la botella de whisky de la mesa. El niño, al probar aquel líquido se tranquilizó, y tras beberse 3 botellas del trago durmió plácidamente.
Un año después, Rusto dijo su primera palabra. Fue una tarde de domingo. Su padre veía la tele tranquilamente, mientras Rusto bebía un biberón de Jonhy–Cola. En esto, su padre tomo la botella de Jonhy Walker que había sobre la mesa para servirse una copa cuando Rusto sobresaltado dijo:
-¡Micagüendios! Deja esa botella ahí o te mato.
El padre, asombrado se apresuró a llamar a su mujer.
-¡Cariño, el niño ha dicho su primera palabra!.
- ¡Micagüendios! Ni palabras ni ostias, o dejas la botella en su sitio o te la rompo en la cabeza.- replicó Rusto.
Fue un gran día para la familia.
A los tres años, Rusto ya medía un metro ochenta y tenía pelos en los huevos. Era por supuesto el niño más grande de la guardería y gracias a ello le robaba a los otros niños sus juguetes. Era conocido con el sobrenombre de: La Muerte.
Co
n esos antecedentes, ningún colegio quiso acogerle, y así a los 14 años, Rusto inició su vida laboral. Empezó a trabajar en IKEA, montando los muebles que compraba la gente.
En su primer día de trabajo, a Rusto le ordenaron ir a montar un armario de paneles a la casa de un joven matrimonio recién casado. Una vez en el domicilio, le recibió la pareja.
-Hola muchacho, pasa. El armario está en el salón, vamos a montarlo tú y yo mientras mi mujer nos prepara la merienda para luego.- dijo el esposo.
- ¡Micagüendios!, ve tu a montarlo que yo voy montar a la tu mujer.
Y sin tiempo para que el hombre reaccionase, Rusto cogió a la mujer en un brazao y la tiró encima de la cama conyugal.
El montaje del armario duró 3 horas, y el de la mujer 18.
Después de aquello, la empresa no quedó satisfecha con el trabajo de Rusto (aunque la mujer quedó muy satisfecha, la verdad) y le despidieron.
Tras aquel episodio nuestro personaje saltó de trabajo en trabajo, siempre en montajes, hasta el día en que cumplió 18 años.